Yo me voy haciendo niño; voy de sorpresa en sorpresa, de los almendros en flor al volar de las cigüeñas. Siento aumentar mi cariño por las cosas más pequeñas, por todo lo que se mueve, y por todo lo que empieza; por esta hojita del árbol que un verde jovial estrena; por todo lo que es posible, lo que se vive y se sueña. Aprendo bien la lección que aquí febrero me enseña, que lo viejo y que lo nuevo al mismo tiempo se gestan. Por eso no quiero norma, no quiero norma que venga diciendo lo que es real. Lo real está en la apuesta de unir el fruto a la flor, otoño con primavera; ver con los ojos abiertos aunque se cierren las puertas; ver con los ojos cerrados más allá de las fronteras. Por eso, niño del Reino, del Reino que ya se acerca, quiero marcarme unas normas de sueños y de certezas: «Del niño, espontaneidad en el ver y en el sentir; del hombre, profundidad en el pensar y el decir. Buscar la realidad, sabiendo que lo posible tiene su aspecto invisible anclado en la voluntad. Un mundo por estrenar; vida de verdes renuevos, dispuesta siempre a empezar. Sonrisa y visión total: niño con zapatos nuevos como actitud inicial».