Yo me voy haciendo niño;
voy de sorpresa en sorpresa,
de los almendros en flor
al volar de las cigüeñas.
Siento aumentar mi cariño
por las cosas más pequeñas,
por todo lo que se mueve,
y por todo lo que empieza;
por esta hojita del árbol
que un verde jovial estrena;
por todo lo que es posible,
lo que se vive y se sueña.
Aprendo bien la lección
que aquí febrero me enseña,
que lo viejo y que lo nuevo
al mismo tiempo se gestan.
Por eso no quiero norma,
no quiero norma que venga
diciendo lo que es real.
Lo real está en la apuesta
de unir el fruto a la flor,
otoño con primavera;
ver con los ojos abiertos
aunque se cierren las puertas;
ver con los ojos cerrados
más allá de las fronteras.
Por eso, niño del Reino,
del Reino que ya se acerca,
quiero marcarme unas normas
de sueños y de certezas:
«Del niño, espontaneidad
en el ver y en el sentir;
del hombre, profundidad
en el pensar y el decir.
Buscar la realidad,
sabiendo que lo posible
tiene su aspecto invisible
anclado en la voluntad.
Un mundo por estrenar;
vida de verdes renuevos,
dispuesta siempre a empezar.
Sonrisa y visión total:
niño con zapatos nuevos
como actitud inicial».